Hubo unos días en que "un borracho beligerante" -como seguramente lo llamarían muchos- recorrió las calles de Pamplona. Sintió cada olor, cada nota musical, cada grito... cada expresión de las fiestas de San Fermín y luego escribió hojas y hojas de impresiones, tratando de resucitar con los años un amor pasional, tratando de sangrar tinta de cada recuerdo. Y lo consiguió. Su alma, enamorada de las calles pedregosas de Pamplona y de sus vinos y sus mujeres, quedó atrapada en la capital navarra, donde ahora le dedican monumentos. "Aquí estuvo Hemingway", dicen, y resplandecen flashes y se enciende la imaginación de los turistas. Ernest Hemingway dejó un pedacito de sí entre los toros que cornean en la calle Estafeta, en los bares de la Plaza del Castillo... En todo el casco antiguo, en realidad.
Enest Hemingway, que es recordado por su excelente prosa y su carácter fuerte, nació en 1899 en Estados Unidos. Se formó como periodista, lo que dejó una estela definida en sus novelas. Le gustaba el estilo directo del periodismo, con sus frases cortas, la información rápida y la riqueza documental, lo que demostró en sus crónicas y reportajes, pero sobre la estética prevalecía el honor, que convirtió en el centro temático de sus obras. Quizá por eso, la idea de que el hombre se enfrentase al toro le atrajo desde un primer momento. La fuerza física de un animal poderoso contra la fuerza de la voluntad fiera del hombre. Era el enfrentamiento entre la vida y la muerte.
El "Toronto Star", donde Hemingway trabaja como corresponsal, sintió especial curiosidad por la noticia de que en Espeña los mozos corrían delante de los toros. Ese interés, quizá algo morboso, fue la llave que le descubrió al escritor un mundo que, desde entonces, lo atraparía.
"The sun also rise" (1927) -traducido en España como "Fiesta"-, fue el fruto más jugoso de ese viaje, pero no fue el único, pues España también sería semilla de inspiración de: "For whom the bells tolls", "Death in the afternoon" y su única obra dramática "Quinta columna".
Fue tal la impresión que le causó al joven Hemingway su primer viaje a Pamplona, que lo repitió ocho veces más. Al poco de su llegada ya había escrito, en un estilo muy sensacionalista, cuanto había conocido de aquellas fiestas en las que "se saltaba toros". Lo envió, con inmenso orgullo y satisfacción a la redacción del "Toronto Star". Sus crónicas de las fiestas fueron muy aplaudidas, pero su mayor satisfacción se encontraba en aquellas calles. Hemingway se había enamorado de las risas de Pamplona, de sus fiestas, de las corridas de toros y de su color. Pero Pamplona, como hoy podemos comprobar en sus calles, en sus locales y en sus gentes, también acabó enamorada de él.
Blanca Rodríguez G-Guillamón.
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