Cuándo Décimo Junio Bruto conquistó los territorios que hoy se llaman Galicia, tuvo la tentación de subir a un monte, encima de un acantilado, sobre el mar para ver cómo el sol se escondía en el mar; y Finis Terrae le llamó porque para él ese era el fin del mundo. Desde entonces, esa lengua de tierra que se adentra en el océano hasta tres kilómetros ha sido el lugar de miles de peregrinaciones. Ver el sol ponerse desde el “último” punto de Europa no tiene desperdicio y por eso, los peregrinos que llegan a Santiago de Compostela, avanzan dos días más hasta Finisterre. Y allí es donde nació la tradición de la famosa vieira del camino, puesto que los peregrinos recogían las cochas de las playas de Finisterre como signo de que habían llegado hasta allí.
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| Localización de Finisterre |
El Sol se convirtió para los celtas que habitaban el peñón
en su dios, y buscaban en él el paraíso, por lo que este lugar ya fue sagrado
para ellos, puesto que era el lugar más cercano al Sol. Pero cuando Junio Bruto
conquistó esas tierras el mito no se dio por terminado. Los romanos, incrédulos
por el espectáculo que podían ver desde aquel lugar, lo bendijeron y pusieron
un templo allí. Tras los romanos, en la Edad Media, los cristianos veneraron
aquel lugar, ya no tanto como sagrado, pero siempre siendo el fin del mundo
para sus ojos. Allí se construyó en el siglo XII la iglesia de Santa María de
Areas y en el XIV la del Santo Cristo de Finisterre.
| Faro de Finisterre |
El faro de Finisterre fue siempre la mira de todos los
barcos que llegaban a Europa y hoy aún sigue siendo el norte para todos los
marineros que faenan por la costa gallega. Frente a su luz muchos barcos se han
hundido presa de los piratas o de las guerras y un auténtico cementerio se
encuentra bajo sus aguas.
Rafa Martín de Vicente



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